Jamás negare que existe la complacencia. Todo ser humano busca ser complaciente y busca ser aceptado, así no lo admita abiertamente. Pese a que todos queramos decir que somos independientes y poco influenciables, es evidente que todo ser humano busca reafirmación y atención. Personalmente y por mucho que me duela aceptarlo, declaro abiertamente que se soy una “attention whore” ( que vendría siendo como una “vendida por atención, a falta de un término mejor).Algunos podrán decir que esas que aparentemente hacen lo que quieren con su vida y con su cuerpo son seres perfectamente diferenciados y particulares, que esos que dicen que hacen lo que quieren porque así lo desean tienen libre albedrio, ajeno a influencias externas. Yo lo niego: quien necesite publicar que es una unidad pensante y única, está buscando reafirmación.
Y es que es inevitable. Desde chiquitos nos enseñan a complacer a los demás, así se de forma inconsciente. Si la apreciación que tuviéramos de nosotros mismos no existiría la necesidad de vivir en sociedad, porque cada ser humano sería capaz de definirse a sí mismo. Notas, piropos, apreciaciones, críticas…todo cabe en ese espacio de reafirmación que muchos se niegan a aceptar como necesario. Podemos hacer un buen trabajo, peor mientras la efectividad del mismo no sea avalada por otro, esta labor pierde sentido.
Si bien parte de mí se define por la imagen que tengo de mí misma en mí cabeza, la parte a la que tengo que confrontar y moldear siempre es a la que tienen otros, a lo que creen que soy. Mi autoimagen es irrelevante si no consigo que encaje con la que el resto tienen de mí, es más, entre mayor sea el choque entre una y otra, peores consecuencias traerá para quien busque hacerlas congeniar. El verdadero problema viene cuando no sabes si debes responder a la imagen que has creado de ti para ti, o la imagen de los otros, cuando la reafirmación deja de ser una consecuencia de nuestras acciones para volverse en su motor, es decir, cuando deja de ser una apreciación para convertirse en una orden. Este es el dilema de nuestros tiempos: ¿Qué vino primero: la apreciación o la acción?