Monday, July 16, 2007

Daddy

"Every woman adores a facist,
The boot in the face, brute
Brute heart of a brute like you."
-Daddy, Sylvia Plath.
Esto no es una historia de amor. Es un cuento de odio, que buscan disimular bajo un barniz barato de simple obsesión, pero que en fondo ambos saben que es una relación sádica y masoquista para ambas partes, que parecen buscar destruirse con aparente cariño, tratarse suavemente, matarse suavemente. A simple vista tienen todos los elementos para escribir una empalagosa pero encantadora historia juntos: atracción, pasión, sacrificio, paciencia e inocencia, peor sobre todo esta el “drama”, una dosis de drama tan grande, que sería capaz de producir una sobredosis colectiva en una convención de libretistas latinos. O eso es lo que creen ellos, a lo que parecen aferrarse para no dejarse ir en los momentos que más se hacen daño.
Esto no es una historia de amor. Si fueran parte de la imaginación de Shakespeare, serían el producto de una noche de verano, bochornosa y monótona. Ella, una Julieta deprimida, obsesiva, necesitada, voluble y con un creciente delirio de persecución, entre otras cualidades de heroína moderna. A decir verdad, una hipocondríaca llena de hormonas y con mucho tiempo libre. Él, un Romeo aparentemente perfecto, que sin poder ser considerado la gran cosa, tiene un poder inconmensurable sobre quien quiere. Aparentemente perfecto, porque una vez logra hacerse con el esquivo objetivo (que en este caso es la pequeña Julieta), lo disfruta y lo hace disfrutar, para después dejarlo a la merced de su propia locura o realidad, no hay gran diferencia. Misógino aprendiz de seductor, le dijo Julieta en uno de sus cada vez más escasos momentos de lucidez. Ella se creía inteligente, pero contra la experiencia y la debilidad (producto de la excesiva energía invertida en “él”), poco pueden sus trucos empíricos. Cae, sufre, se raspa hasta las cejas y no aprende nada. De él, no entiende nada (tampoco nosotros).
Esto no es una historia de amor. Él la abandona de la forma más dulce y cruel: sin abandonarla realmente. Alimenta sus esperanzas, su cariño huérfano, su necesidad y su soledad. Cuando ya la tiene, la deja, cuando ella pensaba él se iba a convertir en ÉL, ese que su mamá, xuxa y dios le prometieron alguna vez, ese que la iba curar de una vez por todas. Se despiden en las afueras de un oscuro y caldeado café de la séptima, donde ella fue a seguirlo. Él la deja sola, bajo una amenaza de lluvia y de cosas peores que siempre la han acechado en sueños, viéndolo como un momento más en su relación, un granito que inclina aún más la balanza a su favor. Ella se tapa la boca para no gritarle, no gritarle que lo ama tanto que lo odia, para no decirle nada más y tratar de ser orgullosa, de “no mostrar el hambre”, de “hacerse desear”, aunque más tarde lo llamara dos veces , una vez para rogarle compañía de un forma “sutil”, más tarde con la razón mojada (no empapada) en ron y confusión con la intención de reprocharle su innegable estupidez, pero sólo logra balbucear un disculpa barata por haberlo despertado tan tarde. Días más tarde, ella se compra un abrigo, para tener algo que él no le da y tapa las cicatrices de sus reproches enmudecidos. Y dice que no lo necesita y él dice que la necesita ( o eso esperamos), pero nada de eso es verdad. Al fin de cuentas, esta no es un historia de amor

¿O si?

Monday, July 02, 2007

El problema del Olvido.


Siempre he considerado que no se dar consejos: se resaltar lo obvio, cosa que a quienes sufren les puede parecer mucho y sorprendente, pero que para mi no significa más que tratar de mirar las cosas con cabeza fría. Sí, siendo fría y retraída (o eso parece a simple vista), no me gusta pedir consejos , no porque crea que la otra gente no es buena dándolos, sino porque para dar un buen consejo, es necesario tener un buen contexto en la mayoría de los casos y la imagen de este se construye a través de explicaciones que simplemente me da pereza dar. Cuando pido un consejo “trascendental” (inevitablemente relacionado con que haría con su vida una persona aparentemente normal en mi caso), es porque estoy al borde de un ataque de nervios, un impulso destructivo o cualquier otra curiosidad infantil o porque quiero demostrarle a la persona que se lo pido, que me importa tanto para explicarle las situaciones que mi inquieta cabeza modifica , hasta volverlas en grandes catástrofes. Si te pido un consejo, es porque te estoy entregando una gran parte de mi pequeño universo, y eso es peligroso para ambos. Pero es un riesgo que quiero correr.

Afortunadamente, puedo decir con orgullo que las personas a las que les pido consejos son buenas dándolos o por lo menos, dan cierta elegancia a palabras que dichas por mi serían una insulsa exposición, o bueno, así ha sido en la mayoría de los casos, porque ha habido excepciones, excepciones que son las que me motivan, porque todos hemos caído en el error de dar el consejo mas trillado e inútil del mundo, de decir esas palabras que muestran lo ignorante que podemos ser no sólo frente a realidades diferentes a las nuestras, sino al universo en general. Entonces, por favor levante la mano el que alguna vez no ha incluido estas tétricas palabras (o alguna de sus variaciones) en un consejo: desde el popular “olvídalo”, pasando por el pseudo-intelectual “supéralo”, hasta a llegar a un extraño y patético “get over it”. Hasta en este punto yo, la omnipresente, todopoderosa e increíblemente idiota Minucia, tengo que agachar la cabeza con vergüenza.

No entiendo porque, pero todos hemos caído en el error de sugerir el olvido como solución a un problema, lo hemos recetado como si fuera tan fácil como comprar un paquete de olvido, echarle agua ,tomárselo y santo remedio, cuando todos sabemos que no existe, NO EXISTE, tal cosa como el olvido voluntario. Así sea una cosa chiquita y sin aparente valor, cuando algo nos afecta, no se nos quita de la cabeza, por mucho que queramos. Pueden existir remedios “caseros” como empapar las neuronas en alcohol o sufrir una grave contusión cerebral que son casi la misma cosa (o que lo diga quien no ha pensado en suicidarse del guayabo), pero al final siguen siendo cosas pasajeras que aunque pueden esconder momentáneamente lo que quiere olvidar, no funcionan a la larga.

Y yo no sé porque, si es decisión de Dios o un error en la evolución, pero el olvido no llega, por mucho que recemos o estudiemos el genoma, no llega o no se da como quisiéramos, y no es del todo malo después de un tiempo (bueno, en la mayoría de los casos), peor para quienes lo quieren es fatal. Como los alcohólicos, para alcanzar lo que se quiere, en necesario aceptar que el olvido no se somete a la voluntad humana, que es otra de las cosas de la naturaleza que por muy malos o poderosos que seamos, nunca vamos a poder controlar. Es entonces vital aceptar que como Penélope (no la de Ulises, sino la de la canción :P) estamos esperando una cosas que sinceramente, jamás va a llegar o, peor aún, va llegar, pero no cuando ni como la esperábamos El problema del olvido, es que esperamos de él, lo que nosotros no podemos hacer con nosotros mismos y sólo cuando aceptemos esto, es posible que empecemos a curar lentamente esas heridas que nos obsesionan. Esa curación, que tiene que dejar cicatrices que nos recuerden lo que vivimos, peor también lo que sobrevivimos, es el verdadero olvido, no la estúpida y repetida palabra, sino un fenómeno que se da dentro de nosotros mismos.

…..Pero si se todo esto, y de alguna forma lo puedo transmitir ¿Por qué carajos sigo buscando el botón que reinicie mi alma y mi corazón, para lograr el tan popular consejo?.....