"Every woman adores a facist,
The boot in the face, brute
Brute heart of a brute like you."
-Daddy, Sylvia Plath.
Esto no es una historia de amor. Es un cuento de odio, que buscan disimular bajo un barniz barato de simple obsesión, pero que en fondo ambos saben que es una relación sádica y masoquista para ambas partes, que parecen buscar destruirse con aparente cariño, tratarse suavemente, matarse suavemente. A simple vista tienen todos los elementos para escribir una empalagosa pero encantadora historia juntos: atracción, pasión, sacrificio, paciencia e inocencia, peor sobre todo esta el “drama”, una dosis de drama tan grande, que sería capaz de producir una sobredosis colectiva en una convención de libretistas latinos. O eso es lo que creen ellos, a lo que parecen aferrarse para no dejarse ir en los momentos que más se hacen daño.
Esto no es una historia de amor. Si fueran parte de la imaginación de Shakespeare, serían el producto de una noche de verano, bochornosa y monótona. Ella, una Julieta deprimida, obsesiva, necesitada, voluble y con un creciente delirio de persecución, entre otras cualidades de heroína moderna. A decir verdad, una hipocondríaca llena de hormonas y con mucho tiempo libre. Él, un Romeo aparentemente perfecto, que sin poder ser considerado la gran cosa, tiene un poder inconmensurable sobre quien quiere. Aparentemente perfecto, porque una vez logra hacerse con el esquivo objetivo (que en este caso es la pequeña Julieta), lo disfruta y lo hace disfrutar, para después dejarlo a la merced de su propia locura o realidad, no hay gran diferencia. Misógino aprendiz de seductor, le dijo Julieta en uno de sus cada vez más escasos momentos de lucidez. Ella se creía inteligente, pero contra la experiencia y la debilidad (producto de la excesiva energía invertida en “él”), poco pueden sus trucos empíricos. Cae, sufre, se raspa hasta las cejas y no aprende nada. De él, no entiende nada (tampoco nosotros).
Esto no es una historia de amor. Él la abandona de la forma más dulce y cruel: sin abandonarla realmente. Alimenta sus esperanzas, su cariño huérfano, su necesidad y su soledad. Cuando ya la tiene, la deja, cuando ella pensaba él se iba a convertir en ÉL, ese que su mamá, xuxa y dios le prometieron alguna vez, ese que la iba curar de una vez por todas. Se despiden en las afueras de un oscuro y caldeado café de la séptima, donde ella fue a seguirlo. Él la deja sola, bajo una amenaza de lluvia y de cosas peores que siempre la han acechado en sueños, viéndolo como un momento más en su relación, un granito que inclina aún más la balanza a su favor. Ella se tapa la boca para no gritarle, no gritarle que lo ama tanto que lo odia, para no decirle nada más y tratar de ser orgullosa, de “no mostrar el hambre”, de “hacerse desear”, aunque más tarde lo llamara dos veces , una vez para rogarle compañía de un forma “sutil”, más tarde con la razón mojada (no empapada) en ron y confusión con la intención de reprocharle su innegable estupidez, pero sólo logra balbucear un disculpa barata por haberlo despertado tan tarde. Días más tarde, ella se compra un abrigo, para tener algo que él no le da y tapa las cicatrices de sus reproches enmudecidos. Y dice que no lo necesita y él dice que la necesita ( o eso esperamos), pero nada de eso es verdad. Al fin de cuentas, esta no es un historia de amor
¿O si?
Esto no es una historia de amor. Si fueran parte de la imaginación de Shakespeare, serían el producto de una noche de verano, bochornosa y monótona. Ella, una Julieta deprimida, obsesiva, necesitada, voluble y con un creciente delirio de persecución, entre otras cualidades de heroína moderna. A decir verdad, una hipocondríaca llena de hormonas y con mucho tiempo libre. Él, un Romeo aparentemente perfecto, que sin poder ser considerado la gran cosa, tiene un poder inconmensurable sobre quien quiere. Aparentemente perfecto, porque una vez logra hacerse con el esquivo objetivo (que en este caso es la pequeña Julieta), lo disfruta y lo hace disfrutar, para después dejarlo a la merced de su propia locura o realidad, no hay gran diferencia. Misógino aprendiz de seductor, le dijo Julieta en uno de sus cada vez más escasos momentos de lucidez. Ella se creía inteligente, pero contra la experiencia y la debilidad (producto de la excesiva energía invertida en “él”), poco pueden sus trucos empíricos. Cae, sufre, se raspa hasta las cejas y no aprende nada. De él, no entiende nada (tampoco nosotros).
Esto no es una historia de amor. Él la abandona de la forma más dulce y cruel: sin abandonarla realmente. Alimenta sus esperanzas, su cariño huérfano, su necesidad y su soledad. Cuando ya la tiene, la deja, cuando ella pensaba él se iba a convertir en ÉL, ese que su mamá, xuxa y dios le prometieron alguna vez, ese que la iba curar de una vez por todas. Se despiden en las afueras de un oscuro y caldeado café de la séptima, donde ella fue a seguirlo. Él la deja sola, bajo una amenaza de lluvia y de cosas peores que siempre la han acechado en sueños, viéndolo como un momento más en su relación, un granito que inclina aún más la balanza a su favor. Ella se tapa la boca para no gritarle, no gritarle que lo ama tanto que lo odia, para no decirle nada más y tratar de ser orgullosa, de “no mostrar el hambre”, de “hacerse desear”, aunque más tarde lo llamara dos veces , una vez para rogarle compañía de un forma “sutil”, más tarde con la razón mojada (no empapada) en ron y confusión con la intención de reprocharle su innegable estupidez, pero sólo logra balbucear un disculpa barata por haberlo despertado tan tarde. Días más tarde, ella se compra un abrigo, para tener algo que él no le da y tapa las cicatrices de sus reproches enmudecidos. Y dice que no lo necesita y él dice que la necesita ( o eso esperamos), pero nada de eso es verdad. Al fin de cuentas, esta no es un historia de amor
¿O si?