Wednesday, January 24, 2007

Ilse, o lo que nunca debió ser.

Se llama Maria, pero desde que tiene uso de razón quiere llamarse Ilse y ser una persona totalmente diferente a la que es. Su edad y apariencia son totalmente irrelevantes, tiene 17 años (17 años y 7 meses para ser más exactos) y aunque algunos le dicen que no es fea, se siente el ser más despreciable del mundo, no sólo por como se ve, sino principalmente por como se siente. Para ser una niña de un colegio de monjas, tiende bastante acalla al lado oscuro: se viste de negro, no le gusta bailar (o eso finge, lo que realmente le preocupa es que se burlen de ella), toma lo que le ofrezcan (sin perder el aire sombrío), oye emo, screamo, punk, rock y algo de metal . Encima de todo se viste de negro y rojo casi todos lo días, aunque no puede evitar que su feminidad “reprimida” se libere a través de alguna que otra cosa de color en un closet que parece más un baúl de disfraces que la ropa de una niña de su edad.

Ilse nunca ha tenido novio, aunque eso no excluye que se haya obsesionado con alguien (obsesionado, porque según sus propias palabras “no ha conocido el amor”) y algunos han encontrado en ella un objeto de perversión (se rumora que uno alcanzó a robarle unos calzones que en un descuido había dejado en el desorden que es su cuarto). Tal vez cree que su valor depende de la imagen que otro tenga de ella, sin embargo, como aparentemente esto no pasa, no sabe si es problema de ella o su sexualidad y mientras pasa los días espera descubrir si es lesbiana o frígida. Para aumentar su “sex appeal” ha tratado de seguir la moda y lograr la meta de muchas de tener el mismo peso que cuando nacieron. Para eso ha tratado la dieta de la piña, Southbeach, el atún, la luna, el quijote, la sopa de puerro y sólo comer sopa de pasta, pero nada sirve, o si sirve es por momentos y trae peores consecuencias que resultados. Como diría su abuela “Fue peor el remedio que la enfermedad”.

Su crianza fue excelente. Si su papá le toco un pelo fue para darle un beso, si su mamá la grito fue para llamarla cuando no la veía. Es una niña muy de la casa, en palabras algo explicitas, es un orgasmo deseado por todos los papás: le va bien en el colegio, no sale, no fuma, no llega borracha no usa mucho el teléfono, oye su música del demonio con audífonos, le sobran minutos del plan y sus planes jalan terriblemente hacia lo sano. No obstante, sufre de todos los traumas y clichés adolescentes que ve en la televisión: se siente fea, se ve gorda, se cree horrible, piensa que es una mala persona, que no le importa a nadie, que nadie la conoce. Se quita mechones de pelo, se rasca las manos con desespero hasta sacarse sangre , se espicha cualquier anormalidad en la piel hasta que la salgan cicatrices, alguna que otra vez ha tratado obligarse a vomitar por haber comido mucho y se corta, no sólo cortadas, sino palabras enteras. Todos los que saben de mañas esperan encontrarla algún día en su cuarto con las palabras “no quiero ser una más “ talladas con una ira precisa en sus venas. El problema con todos sus traumas es que ella, como todos, sabe que lo hace para llamar la atención y para demostrar que se odia tanto, que puede hacerse todo el daño que quiera sin gritar, o soltar una lágrima siquiera.


Se acostumbro a no salir, a estar sola, a hablar poco, a que nadie la quiera y tratar de no querer a nadie, sin embargo, se aferra con la intensidad de un huérfano a quien le demuestra un poco de cariño, porque quiere que alguien la quiera, como a sus amigas, como a sus primas, como a todas las mujeres que conoce menos a ella. No le importaría que le rompieran el corazón como a todas: por lo menos así comprobaría que tiene uno en alguna parte . Pero los días pasan mientras ella mira por la ventana como pasa su vida, mientras entiende que antes de cumplir la mayoría de edad ya debería jubilarse, o en el mejor de los casos, ser un cadáver sin nombre de los miles repartidos en todo el país, que nadie nunca reconocerá, que para muchos (por no decir para todos) nunca existieron, pero sabe que el miedo que siente por todo lo que la rodea y llena, no es comparable con el miedo que siente de desparecer sin que nadie la recuerde. Por eso sigue en su ventana, ya no alimenta sus ilusiones, sino su ansiedad con lo que comía cuando chiquita. Sabeque cada bocanda de airte que toma es un desperdicio ´, que es un gasto para el mundo y para el universo y aún así, aún siendo consciente de su nulo valo, se iega a morir, porque espera algo mejor, alguien mejor, una mejor "yo". Pobre Ilse, o Maria, niña de ojos perdidos, hecha para no ser.